lunes, 24 de agosto de 2015

Enfriamiento global

Qué alivio me produce leer que todavía hay quien se interesa por rescatarnos de las sombras del conformismo y las telarañas de la manipulación.Tu escrito me hizo recordar una frase de un pensador argentino nacido a finales del siglo XIX llamado Raúl Scalabrini Ortiz quien, preocupado en el mismo sentido que vos, dijo: «Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso,  ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros.»La cuestión es, cuidado de quién aprendemos, porque últimamente han aparecido muchos que dicen tener la respuesta. Nunca antes nuestro sentido crítico había sido tan necesario.Un placer leerlo. Saludos desde Buenos Aires, República Argentina.
 (Comentario de Alada sobre nuestro artículo anterior.)

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Esta es una aportación realmente enriquecedora en el sentido más humano de este término.
Como enseñaba mi maestro de estética, cuando participamos en un intercambio de ideas, no tenemos que perder la nuestra para ganar la del otro, como sucede en un intercambio de cosas o mercancías. Luego, en el proceso, aparecen como en este caso, nombres de personas* que de otra manera se extraviarían para siempre en la bruma de la ignorancia o el olvido, acaso condenadas por nuestra apatía o dejadez a la desesperanza de un interminable soliloquio.
Creo que es importante que entendamos, en primer lugar, que en las telarañas de la manipulación no somos las moscas, sino precisamente las arañas, y que para tratar de comprenderlo, siguiendo los hilos, exploremos así sea un poco en los recovecos de nuestro conformismo e indiferencia. Porque es que los hilos de la sociedad y de la historia parten precisamente de nosotros.
Somos nosotros, las personas individuales, quienes sostenemos la sociedad realizando un trabajo concreto y quienes, al pagar con nuestro salario por las más diversas cosas, servicios y «distracciones» (en los cajeros de las tiendas y supermercados, en las taquillas de los cines, y los estadios deportivos, etc.), votamos de hecho cada día por el mantenimiento del orden establecido.
Pero para que se reconozca socialmente nuestro derecho a la existencia, el fruto de nuestro trabajo tiene que quedar primero limpio de cualquier rastro de sudor personal, evaporarse en una cifra monetaria trasmutando su peculiar identidad en la de una mercancía, de modo que, si las condiciones son propicias, con el acto de compra pueda volver a «realizarse» en el mercado, recuperar su verdadero nombre y «recondensarse» en la forma y la sustancia concreta de producto específico, validado ahora por la sociedad, probablemente a miles de kilómetros de nosotros, en una lejanía tan remota que acaso nunca se entere de nuestra existencia (o de lo contrario, quedar relegado a la paradójica condición de cosa presente, pero inexistente, condenada al limbo de los «géneros», olvidada para siempre en la penumbra del almacén).
De esta manera, vivimos en un mundo social que consideramos libre, pero que no nos ofrece más que una única opción de vida: hacer lo que nos dé dinero, y que constriñe nuestra imaginación hasta el punto de reducir todo objetivo imaginable a un único objetivo factible: conseguir una suma de dinero.
Dijérase que todas las personas, las cosas, las latitudes están unidas hoy por los hilos finos y relucientes de esa gran telaraña de redes financieras, para la cual tanto las cosas y los países como nosotros mismos, no somos más que números, entidades numéricas.
Y esos hilos se extienden y se extienden, y la telaraña acaba enredando a más y más personas y regiones del mundo, entretejiendo una supersociedad que ya no podemos abarcar con nuestro pensamiento ni abrazar con nuestros sentimientos; una especie de deidad fría y abstracta cuya existencia los economistas y los políticos se afanan en demostrarnos, y por la que no podemos experimentar ya ningún sentido de pertenencia y mucho menos de responsabilidad y compromiso.


*Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959): Filósofo, escritor,
poeta, ensayista, periodista y activista político argentino.
(Wikipedia)

4 comentarios:

  1. Admirado Alvaro, usted sí que me deja pensando. El hombre entrega su fuerza de trabajo a cambio del dinero que le permita subirse a la rueda sin fin del capitalismo consumista...y a cambio recibe papeles de colores que son el pasaporte a la frustración, porque nunca es suficiente. Porque de esta manera se ingresa en un juego perverso de deseos jamás satisfechos ya que la economía tiene grandes y despiadados aliados: los medios de comunicación. Este brazo armado de tinta es el que me convence de que mi trabajo lo tengo que cambiar por pesos (bueno, si son dólares mejor) y los pesos por el celular, el iphone, los zapatos de diseño, el automóvil de marca, para poder ser feliz. Y entonces el trabajo se vuelve moneda de cambio. pero no debería ser así. Elegir el trabajo que uno va a realizar debería ser tan importante como elegir a nuestro compañero de vida! Porque aquello a lo que nos dedicamos nos ocupa la mitad de cada uno de nuestros días! Que hermoso sería el mundo si cada quien pudiera dedicarse a trabajar en lo que elige y ama. Yo tengo ese privilegio, pero aun así, como usted bien dice, no soy libre. Estoy atada a un sistema que no elegí y que no comprendo. Un sistema que convierte mi pasión en mercancía. Ahora, yo me pregunto...se puede salir de eso? y si es asi, cuál es la alternativa?

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  2. Es realmente un gran privilegio para el que escribe tener una interlocutora como tú. Has planteado una pregunta clave para tratar de responder a la cual harán falta seguramente varias entradas. De todos modos, creo que yo empezaría personalizándola y la reformularía así: ¿podemos salir de eso? Por cierto, a la vez me pregunto si "eso" no será acaso más que una proyección de nosotros mismos... Son temas sobre los que tenemos que reflexionar todos juntos, no sólo por su complejidad, sino porque son nuestros problemas. Muchísimas gracias, Alada por tus inestimables apreciaciones que retomaremos sin falta próximamente. A. A.

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  3. Bueno, creo que efectivamente, "eso" debe ser una proyección de nosotros mismos como miembros de una sociedad en la cual desde que nacemos y antes también nos inculcan "lo que debe ser". Y es que es muy fácil decir "he decidido vivir por fuera del sistema", pero es muy difícil llevarlo a cabo. Por que el sistema es todo. Está en todas partes.
    Acá hay muchos jóvenes que deciden en algún momento irse a vivir en comunión con la naturaleza a la Patagonia y vivir del cultivo de frutillas, con las que hacen dulces, que venden los turistas...por dinero. Fin del sueño anti-sistema. Los aborígenes en el norte del país reclaman que los dejen seguir viviendo con sus costumbres ancestrales de trueques y trabajos comunitarios. Y lo hacen a través de una conferencia de prensa vestidos con ropa deportiva Nike. Fin del sueño anti-sistema. Creo que el problema radica en que es imposible vivir por fuera del mundo y en que no nos damos cuenta que es desde adentro donde se deben producir los cambios. Pero, mi estimado Alvaro, como bien decía esto nos va a llevar muchísimas entradas de este blog. Así que espero que preparemos café, nos sentemos cómodos y no nos demos por vencidos. Hasta la próxima.

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  4. Una vez más muchísimas gracias por tu esclarecedora aportación y por compartir tu experiencia de lo que se vive en ese lado del mundo. Creo que es muy acertada tu observación. Se trata de un sistema supercomplejo y redundante con muchos caminos que conducen a lo mismo y, por lo tanto, con una gran capacidad de supervivencia, que es resultado de la acumulación de una gran experiencia vital de siglos de historia. No obstante, como me dijo una vez mi maestro de artes marciales: “Cuando te abraquen por la espalda y creas que no hay salida, forcejea; no con la intención de soltarte, sino para provocar que el adversario afiance su agarre. De seguro que, para hacerlo, tendrá primero que aflojarlo un poco, así sea por un mínimo instante de tiempo, y justo será ese el que utilizarás tú para liberarte.” Incluso en pleno proceso de ascenso todo sistema, por fuerte que sea, tiene que pasar por “crisis de crecimiento” – un término, por cierto, que según tengo entendido introdujo en su momento en el ámbito latinoamericano el gran psicólogo argentino Aníbal Ponce (1898-1938) – y por lo tanto, por una fase de debilitamiento. Si esto es así para un sistema joven, qué decir de uno que arrastra ya una historia centenaria. (Como escribía Quevedo: “Vive muerte callada y divertida /la vida misma; la salud es guerra /de su propio alimento combatida”). Pero hay algo más: por gran capacidad de supervivencia que tenga el capitalismo desde un punto de vista teórico, tomado en abstracto, es decir, como un ente socio-económico, lo cierto es que el planeta concreto en el que se ha venido desarrollando hasta el presente, afronta una tremenda crisis ecológica. Todo sistema para autoorganizarse tiene que desorganizar el medio exterior, y en esto, el capitalismo es quizás el gran paradigma de la historia. No en balde, la NASA busca ya afanosamente otro planeta para vivir – y si sobrevive el capitalismo – expoliar...
    Gracias mil. Continuaremos conversando muy pronto.

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